Todos aquellos que alguna vez formaron parte de los grupos armados de la izquierda revolucionaria, en Rusia, en la Europa toda del siglo XX, en América latina, en la Argentina de los años 60´ y 70´, sintieron la responsabilidad de quebrar un sistema estructurado y cerrado sobre sí que se limita al paradigma de DOMINADORES y DOMINADOS. Asumieron el acto de matar al otro, de asesinarlo, de quitarlo del medio en tanto defensor de esa premisa conservadora, asumieron la violencia del crimen como violencia última y final, redentora, una violencia que pusiera fin a todas las violencias; a todas las injusticias.
Este razonamiento, aunque falso, es el que impulsó a la mayoría de los hombres que formaron parte de la gesta revolucionaria del siglo XX. Lucharon por un mundo mejor, más justo, más igualitario.
Algunos militantes de estos movimientos de izquierda explicitaron sus arrepentimientos décadas después (1) . Sería un: “Me equivoqué, matar no conduce a nada”. Entonces para muchos, incluso para los mismos que alguna vez formaron parte de las filas revolucionarias, la Revolución es un fiasco. Concluyen en algo: la violencia genera más y más violencia. Entonces nunca tiene fin, no existe esa violencia última y final. No existe el límite entre fusilar a unos y a otros no, porque en algún momento cualquiera podría caer en las listas del paredón. ¿Quién establecería el límite? ¿Quién sería el último fusilado? Según esta moral, el fin no justifica los medios; el hombre, la vida del hombre, debe ser tomada como fin en sí mismo y nunca como un medio para alcanzar otra cosa. No se justifica matar a nadie para alcanzar nada.
Pero las cosas son más complejas que eso. Ese es un análisis simplista.
La violencia revolucionaria no surge de un repollo. Surge de una violencia institucionalizada. Sea en la Rusia zarista, en la Cuba de Batista, en la Argentina de los 60´ y 70´; o en la actualidad Argentina, donde un chico o un adulto roba y mata por $20. En los manuales de sociología se explica, porque la ecuación suele ser sencilla: la violencia genera violencia. Los dominados si responden, responden con violencia.
Las primeras organizaciones guerrilleras habían surgido –sin mayor trascendencia- al principio de los años 1960, al calor de la experiencia cubana, y se reactivaron con la acción de Guevara en Bolivia, pero su verdadero caldo de cultivo fue la experiencia autoritaria y la convicción de que no había alternativas más allá de la acción armada. (2) En Argentina los principales grupos armados eran conducidos, es verdad, no por trabajadores que podrían pertenecer claramente a un proletariado DOMINADO, sino por jóvenes burgueses, muchos de ellos universitarios, que se hacían eco de los sufrimientos y del sentir de un pueblo dominado. Tenían más conciencia que los propios proletarios. Estos burgueses vanguardistas dedicaron su vida a este proyecto. Eso: dedicaron su vida. Sus noches. Sus días. Arriesgaron a sus hijos. A sus mujeres. A sus padres. Abandonaron otros proyectos, dejaron aficiones, y se entregaron a una encrucijada que les exigía todo.
Matar como lo hicieron estos movimientos de izquierda en los 60´ y 70´en América Latina (seamos más puntuales: en Argentina) puede parecer más cruel que nuestra realidad de hoy. Porque el Estado y el sistema actual es más inteligente y tiene dispositivos más ingeniosos que una bomba en la puerta de la casa de un militar o que los 23 tiros en el cuerpo de Rucci.
Y el Estado de hoy y este sistema macabro (que mal que mal y con grandes, fatales, y trágicos errores intentaron cambiar esas agrupaciones de izquierda armadas y asesinas(3)), es harto más cruel que todas las acciones que pudieron llevar a cabo dichas agrupaciones.
Una simple estadística lo corroboraría.
Porque en la calle Defensa a metros de la Casa Rosada, en las villas 31 o La Cava, en los barrios, en las provincias, en los pueblos más alejados de la gran urbe, en lo que queda de los Tobas, en el Chaco, en Tucumán, en un edificio abandonado en pleno centro de la ciudad de La Plata, la gente pasa hambre, los chicos, y los grandes y los ancianos. Se los ningunea, se los degrada, se los trata como a perros, se los abandona, se los olvida. Se les refriega por la jeta los excesos del capitalismo, la codicia de sus publicidades, la materialidad de su vestir. Se los entrega en bandeja al paco, al poxi, a la birra, a meter caño y de ahí a estar guardado; a otros se los entrega a la educación de un sistema que estupidiza, a la televisión, al consumo, a romperse el lomo en Fravega o en cualquier otra empresa por dos mangos con cincuenta y en condiciones laborales denigrantes, en negro y casi nunca por ocho horas.
Los tiempos cambiaron, pero la violencia no. La violencia de un estado opresor está al día, vivita y coleando. El viejo paradigma se sostiene: DOMINADORES Y DOMINADOS.
Fue una aberración y un error humano y político(4)matar a Rucci, a Aramburu, a cualquier general del Ejército, a cualquier “traidor” dentro del ERP, del EGP o de Montoneros; fue un error humano y político el suicidio inconcebible de La Tablada; pero que no se los acuse a “todos” sin nombre, como una masa uniforme; que no se los acuse como si se hablara de los 7 locos de Roberto Arlt con su mesianismo moderno. O van a creer que la culpa de todo la tienen Santucho y Vaca Narvaja y que todos aquellos que creyeron en la guerrilla fueron idiotas que se dejaron convencer por la locura de tres tipos.
Todas las agrupaciones armadas de los 60´ y 70´ en Argentina, todos los movimientos de trabajadores, todos los grandes periodistas, intelectuales, que colaboraron con ellos, leasé: Miguel Bonasso, Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Haroldo Conti, Juan Gelman, Fernández Retamar y cientos más, no pueden reducirse, no deben reducirse, al nombre de Mario Firmenich o de cualquier otro líder. La historia es más compleja que eso.
Que digan mil cosas, pero reconozcan que fueron quienes pusieron el cuerpo y dieron la vida por un mundo mejor, por un mundo donde esos pibes que hoy perdemos a cada instante tuvieran educación, trabajo y salud. Supieron lo que hoy vivimos y en consecuencia hicieron lo que pudieron, lo que creyeron mejor, para frenar las aberraciones de este bendito capitalismo que tiene en su haber millones de muertos.
No puede olvidarse que la lucha armada se presentaba a los ojos de aquellos hombres como un camino posible y alcanzable, era una alternativa para lograr esa sociedad tan deseada que se basara en otros valores donde la igualdad fuera su premisa, y que se tenía el antecedente concreto de otras experiencias: la Rusia de Lenin, la China de Mao, el Vietman de Ho Chi Minh, la Cuba del Che y Fidel Castro, y sin hacer juicio de valor sobre la realidad de esas revoluciones podemos decir que funcionaron de detonantes.
Nicolás Casullo lo explica con claridad:
Se puede discutir hoy si esa palabra, revolución, tuvo sentido, asidero, sustentos, si finalmente mostró lo que anhelaba. Lo que no se puede discutir es que esa historia política, ideológica, cultural, social, esa historia en acto y pensamiento, que conforma la historia de la revolución, de las revoluciones, de los revolucionarios, no sea parte grande, digna e insoslayable de la modernidad, de su cultura más trabajada. Se discutió en términos teóricos, se discutió en términos políticos, se discutió en términos ideológicos, se discutió indudablemente desde la experiencia concreta de la historia. Luego estarán las locuras, las cegueras, los dogmatismos, los errores, los horrores, las soberbias, las equivocaciones profundas que pudo tener esta historia compleja y múltiple de la revolución también en América Latina, en otros procesos que han terminado con la liberación de diez, quince, veinte países en África y en Asia a partir de los procesos violentos o reformadores de liberación.(5) Hay una escena relatada en La Voluntad (6) , un episodio que es significativo y conocido: sucede en la cárcel de Rawson en 1972. Militantes de ERP, FAR, MONTONEROS, sindicalistas, trabajadores, están detenidos (entre ellos: Gorriarán Merlo, Santucho, Vaca Narvaja, Roberto Quieto, Marco Osatinsky, Agustín Tosco). Se gesta un escape. Osatinsky y Santucho invitan a Tosco a acoplarse a la huída. Tosco se niega. Aduce:
“Miren, les agradezco y les deseo toda la suerte, pero yo no puedo rajarme así. A mí me toca esperar a que me liberen las luchas populares. Para ustedes, que están en la lucha armada, es lógico que traten de fugarse, pero yo no. Igual les deseo que todo les salga bien compañeros, en serio”
Es verdad, como enseñó Agustín Tosco, había otras formas, otros métodos para alcanzar ese mundo tan deseado; y hubo quien en ese mismo contexto leyó la realidad de disímil manera. Pero eso no nos autoriza ahora a demonizar a las agrupaciones armadas de aquellos años. No cometamos el error tremebundo de demonizarlas, de creer en su otro gran error: el de concebir la lucha como una guerra. Eso nos llevaría sin dudas a que en los años venideros se hable de una “guerra civil” , la teoría de los dos demonios, que el mismo Oscar del Barco propone discutir(8) .
Es por eso que se me hacen inentendibles las palabras de Christian Ferrer en la misma revista, en el mismo debate:
En vista de la gravedad de estos temas, no es comprensible que algunos se lamenten por el lenguaje a que recurrió Oscar del Barco. (9) “No es comprensible”.
Quizá ése es el debate que nos debemos: para que se nos haga comprensible. Ése el objetivo pendiente: que se nos haga comprensible.
Que las generaciones venideras no digan que lo que sucedió en este país fue una guerra civil, sería un error, un doloroso y nefasto error.
Debemos aprender algo, algo que enseñaron con increíble temple y sabiduría las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. A la violencia no debemos contestarle con más violencia. ¿Es eso posible? Debemos hacer que lo sea. No hay derramamiento de sangre que nos pueda hacer grandes y justos. Pero para acertar hay que equivocarse primero.
El aprendizaje es lento y duro. Pero debemos aprender, cruzar el fango espinoso, construir una democracia real, una sociedad plural donde discutir sea una manera de intercambiar ideas con el fin de crecer. El dicho popular lo ratifica: Cuatro ojos ven más que dos.
La historia está ahí: viva. Esperando por nuevos sentidos. Los años de la guerrilla y de las dictaduras salvajes dejan una marca en mi subjetividad.
Yo quiero para mí una sociedad como la que soñó Ernesto Guevara, Rodolfo Walsh, Haroldo Conti o los trabajadores que creyeron en ellos. Un mundo donde los pibes tengan qué comer, tengan para vestirse, donde no pasen frío, donde se los respete, donde se los motive, un mundo donde se sientan queridos y valorados, donde puedan creer en sí mismos. Niños, adultos y ancianos.
Es digno que nuestro deseo sea un mundo sin violencia, una sociedad donde la clase dominada no conteste con violencia a la violencia. Con crudo pesimismo creo que tal deseo es sólo una ilusión. Que las masas violentadas desde marcos institucionales y estructurales terminarán más temprano que tarde respondiendo con violencia, nos guste o no nos guste.
No se trata de un juicio valorativo sino de un juicio de hecho.
Ojalá esté equivocado y sea posible contestarle a la violencia estructural con inteligencia, contestarle con palabras, contestarle con creatividad, contestarle con arte, contestarle con altruismo, con la prestancia de ver al otro como un hermano.
Ya lo dijo Gandhi: Ojo por ojo, el mundo acabará ciego.
Por Franco Nicoletti
(1) Entre ellos Oscar del Barco; ver http://www.elinterpretador.net/15CartadeOscarDelBarco.htm
(2)Luis Alberto Romero, Breve historia contemporánea de la Argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004, pag. 183.
(3)Christian Ferrer se quejó en su nota de El Interpretador (http://www.elinterpretador.net/15CartadeChristianFerrer.htm) de que no se usaba la palabra “asesinato” en las notas (en la misma revista) de los detractores de Oscar del Barco, y cuando se comete el acto de matar, se comete un asesinato. Es que la historia de nuestro país y la del mundo es además de muchas otras cosas, una tragedia.
(4)Error del cual debieran hacerse responsables de una vez por todas con una seria autocrítica quienes correspondan.
(5)Nicolás Casullo, “Rebelión cultural y política de los ´60”, Itinerarios de la Modernidad, Buenos Aires, Eudeba, 1999.
(6)Eduardo Anguita y Martín Caparrós, La voluntad, tomo 2, Planeta, 2006.
(7)Ver Vera Carnovale, “Las ejecuciones del PRT-ERP”, revista LUCHA ARMADA Nº8
(8)Ver El Interpretador. http://www.elinterpretador.net/15CartadeOscarDelBarco.htm
(9)http://www.elinterpretador.net/15CartadeChristianFerrer.htm