sábado, 6 de junio de 2009

Aterrizaje de emergencia


Juro que escuché el ruido de la turbina cuando dejó de funcionar y fue como si al avión se le revolvieran las tripas, pero no pude prever lo que pasaría minutos más tarde.
Leía un librito sobre técnicas de canto y a cada página me asomaba a mi ventanita para contemplar las nubes, los campos de disímiles colores, algún río que desembocaría en el mar. Al lado mío una chica rubia hacía ejercicios matemáticos que escruté (desde mi ignorancia científica) imposibles. Una azafata caminó rápidamente por el pasillo hacia la cabina. Levanté la vista y la vi entrar. La puerta quedó entreabierta y los botones infinitos del tablero me recordaron cuando de chico mi viejo me llevaba a la cabina de cada avión al que subíamos. Cuando terminé de leer los ejercicios de respiración fue cuando vi el mar debajo y la costa a pocos kilómetros. La voz del comandante de la nave se dirigió a nosotros para darnos la noticia de que el avión tenía un desperfecto en su motor derecho, que volaba normalmente, pero que no estaba preparado para llegar a destino y que por seguridad debíamos aterrizar en la ciudad de Bahía Blanca. Entonces nos pidió que estuviéramos en calma que todo estaba bajo control y que siguiéramos las instrucciones del personal de la empresa. Yo seguí con mi librito; aterrizaríamos, se solucionaría el problema y luego seguiríamos camino a casita. Pero la cosa no resultó tan sencilla…
Rápidamente una voz de mujer nos habló pidiendo que tomáramos la cartilla frente a nosotros, que pusiéramos el respaldo de manera vertical y ajustáramos nuestros cinturones; indicó que las mujeres debían desprenderse de tacos altos; y nos recordó (seguido claro está de los ademanes robóticos de las azafatas)las salidas de emergencia y la posición de impacto que deberíamos adoptar en el aterrizaje. Sí, sí, posición de impacto. La azafata que graficaba robóticamente las indicaciones, se levantó apoyando su cola sobre el apoyacabezas de un asiento y los pies sobre otro y cuando fue a demostrar la posición de impacto un pie se le corrió del lugar y cayó al suelo cual boxeador nockeado.
Tuve que abandonar mi librito y prestar atención al caso. Mi vecinita no vio ni escuchó ningún tipo de instrucciones y no sé de dónde sacó un rosario y se puso a rezar con nerviosismo. Dos filas atrás y a la izquierda un padre apretaba a su hija de dos o tres años como si fuera a escapársele y la beso con tanta fuerza que la nena se echó a llorar desesperadamente. El Comandante Pascual volvió a hablarnos pretendiendo infundirnos tranquilidad, nos indicó que volábamos sobre la ría de Bahía Blanca, que a la derecha teníamos la ciudad y que estábamos esperando el permiso desde el aeropuerto para el descenso repitiendo una y otra vez que la nave volaba perfectamente pero que por seguridad debíamos proceder de tal manera.
Así sobrevolamos la zona en círculos varios minutos, no sabría decir cuántos, pero sí sé decir que vi, en este orden, la ría, la ciudad, las sierras, el campo hacia el sur, el mar, otra vez la ría, la ciudad, las sierras, el campo hacia el sur, el mar, otra vez la ría, la ciudad, las sierras, mientras la gente se levantaba de sus butacas para tomar sus bolsos de mano y una señora le quitaba la campera a su hijo para hacerle un torniquete en el cuello porque le invadió la extraña sensación maternal de que su hijo se iba a desnucar en el impacto, y mi vecinita seguía rezando y el padre seguía besando a su hijita y más adelante un chico de unos 18 años se lamentaba golpeándose la frente con la palma de la mano por sufrir tremenda yeta. Un hombre de unos 50 años no sabía qué cara ponerle a su mujer porque ésta se había negado a viajar en avión por tenerle miedo a lo que él había retrucado con estadísticas que le daban ampliamente la razón. Una azafata se acercó refunfuñando contra los pasajeros que se levantaban de sus asientos mientras les quitaba sus pertenencias para volverlas a los compartimientos superiores. Yo le entregué mi bolso aunque no pude explicarle que lo había tenido ahí desde el despegue. Atiné a guardarme dos cosas: el documento de identidad y mi celular.
A cada movimiento o sonido que hacía el avión podía sentirse un silencio que hacía ruido. La situación se resolvió cuando la misma voz de mujer volvió a decirnos que estábamos a un minuto del aterrizaje y que debíamos adoptar la ya aprendida posición de impacto, que debíamos reconocer nuestra salida de emergencia más cercana y que quienes estaban sentados junto a la salida de emergencia del ala (cuando recibieran la instrucción) debían romper la puerta (juro que dijo eso) para así salir los que nos halláramos más cerca de esta salida(sí, era mi caso) por sobre el ala, tirarnos por los toboganes y alejarnos del avión para reencontrarnos en un punto en común. Dicho esto la tierra empezó a hacerse cada vez más grande y la adrenalina a subir. La voz de Pascual nos indicó que en segundos tocaríamos tierra. Una señora morocha y bajita creyó que sería rápido, que no sufriría, que al instante una bola de fuego la envolvería luego del impacto y que así pasaría a mejor vida; un hombre se negó a ponerse en posición de impacto por creerlo inútil; una señora de buen vestir disfrutó la bajada con notable excitación; mi vecinita lloraba mojando de mocos el asiento de adelante; y yo miré por la ventanita y mi serenidad aparente se volvió tensión: el estómago se me hizo un nudo y me dejé en manos de algún dios, me repetí “no es nada”, “no es nada” “ahora toca, pica y vuelve a caer”… “ahora toca, pica y vuelve a caer”… La tierra estaba ahí, los árboles eran ya grandes, la velocidad era medible, el silencio total y el golpe inminente: Fue. Picó en la pista, se elevó… y volvió a apoyarse. “Ya está” me dije, y me reí solo como un loco.
Muchos esperaron el impacto arrasador,las corridas, el fuego, la muerte. Pero no hubo nada de eso. Pascual lo sintetizó: “Hemos aterrizado exitosamente” y todos nos echamos a aplaudir entre alaridos joviales.
Una vez detenida la nave, nos recibieron bomberos, ambulancias, policías y periodistas con caras de desazón.
Días atrás supe por la televisión de la catástrofe de AIRFRANCE en aguas del Atlántico. Es que uno puede desaparecer de este suelo por la caída de un avión, por un accidente en automóvil, o en manos de un maldito cáncer fulminante. En este renglón vendría la moraleja; pero me resultan lo suficientemente cursis como para abandonarlos aquí mismo.

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Franco Nicoletti

8 comentarios:

Santiago Maisonnave dijo...

Impresionante momento. Necesito este mismo relato con ademanes... espero acceder pronto a la versión completa.
Abrazo de Gauchito Gil.

Anónimo dijo...

Ya te lo dije por sms, me pareció una descripciòn eficaz, puse mucho énfasis en las cosas/personas que observaste en ese momento. Me hubiese gustado la "moraleja" (así entre comillas). Yo pienso que pueden ser buenas sintetizadoras...

Abrazo

Laforet

Anónimo dijo...

Yo también quiero la versión con ademanes.

Martín.

depending de dibuj dijo...

Gran relato.
Me ha develado el misterio de mi eterna contractura: posición de impacto. Ahora voy a tratar de tomarla sólo en casos de emergencia, y no para ir a comprar detergente o leer los mails.
Vió que bella la ría bahiense? (o sea, lo que no es una 'bahía'.
Abrazo grande, por si se quedó angustiado.

Frank dijo...

Gracias amigos por vuestros comentarios... Al menos la experiencia sirvió para escribir esto. Os abraza
Frank

Anónimo dijo...

a la mierda.... se me pusieron los pelos de punta.

Anónimo dijo...

me debia leer esto! impresionante momento! creo que no hubiera podido observar ni siquiera la ria aunque pase mil veces por ella en tamaño momento!
es alegrante que haya sido solo un mal susto!..
que andes muy bien!

Magali (vecina de carpa en piramide 2010)

Frank dijo...

Ey Maga! qué bueno que lo leíste! Recién lo veo, soy un colgado. Qué lindo estuvo Pirámides. Escribime al mail así charlamos loca! frankito289@hotmail.com
Besos!

Frank