viernes, 3 de julio de 2009

Gripe A: paranoia colectiva


Sobre el barbijo, los ojos; ojos negros, ojos de mujer, ojos de cuarenta años; barbijo malo que la esconde y le hace la voz fofa, apagada en un eco maltrecho; y ahora ella paga su librito y lógicamente tiene que decirlo: “la gente no toma real conciencia”; y la cajera de ojos atónitos le entrega su cambio y agarrate catalina porque ahora mismo recibe la orden: “No, no, ponelo acá” le dice con esa voz fofa, apagada en un eco maltrecho, mientras muestra orgullosa su bolsita de residuos patológicos. Claro, los billetes, sucios, malos, porcinos, engripados, y la cajera arroja entonces cual basquetbolista frustrado el dinero de la señora de ojos negros, ojos de mujer, ojos de cuarenta años. Y después el teléfono en su eterno repiquetear y las historias detrás de cada repiquetear, de cada teléfono, y el terror a la calle, al virus invisible e invencible, y la excitación de la novedad: “¡Oh, alerta, alerta! ¡Emergencia sanitaria!” Unos corren, los otros se barbijean, otros prenden el televisor y la radio para estar al tanto, al instante, al segundo, de cada nueva muerte que se suma, en Argentina, en Chile y en el mundo. “Van 55” “Van 70” “¡No, 71!” ¿Qué importa más que la cantidad de muertos?, me pregunto. Y me contesto solo: nada.
Otros, deciden no saludarse ni con besos ni abrazos, ni nada que se le parezca al contacto; los hábitos deben cambiar. Uno ensaya frente al espejo un: “Hola, ¿como estas?” que no sea ni muy seco ni muy expresivo y que conserve siempre el decoro y el aplomo; sí, sí, el aplomo es fundamental para sortear el instante de vergüenza cuando uno no sabe bien donde poner las manos o como torcer la boca para que no sea ni una sonrisa pedorra ni una demasiado pronunciada y correr el riesgo de que le digan un: “¿De qué te reís?”. Otro, se mira al espejo con el barbijo y rememora las profecías Mayas del 2012, el apocalipsis y el fin del mundo, los atentados del 11 de Septiembre, De La Rúa… pero después siente que respira mejor, que su pulso tiene ahora buen ritmo, y aprieta fuerte las cajas de Tamiflu75 que le consiguió un primo Médico.
Otros se friegan las manos con alcohol a cada paso… literalmente, a cada paso, en el paso antes de abrir la puerta del ascensor y después de apretar el botón, en el paso después de abrir la puerta del palier y de cerrarla con llave por la inseguridad… en el paso después de cualquier “touch and go”.
Otros, los inadaptados de siempre, se toman el alcohol creyendo que la transpiración puede protegerles el cuerpo entero contra el maldito virus.
Otros abandonan amigos, primos, tíos y suspenden domingos de asado y tallarín, noches de pizzas y cervezas, partidos de fútbol, tenis, pocker, bocha o tejos y se refugian puertas adentro y solo confían en su teléfono o en internet. Cualquier ser vivo es un potencial contagiador.
Un médico se indigna por televisión: “Ya no sé cómo decirlo: señora, no use barbijo, si el barbijo la tranquiliza, un té de tilo también la tranquiliza” “Pero no sirve para nada si usted no está enferma”, concluye con virulencia massmediocientífica. Otros abandonan el mate, hermano de las peores horas y que ahora se siente traicionado, herido como un perro que es abandonado por su dueño, y nos mira con gesto doliente desde su lugar en la cocina.
Y yo me asusto de la desinformación, de cómo la bendita gripe nos deja en evidencia y desnuda nuestras miserias mas enfermas, y veo pasar las cosas como en una pantalla cinematográfica de medidas escandalosas y quiero ser positivo y tengo una salida de una lucidez que me desborda; entonces me digo riéndome sólo como un loquito: “¿Qué es lo bueno de la gripe A?”
“Que mató al dengue”.

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Por Franco Nicoletti

2 comentarios:

Caro dijo...

acuerdo con usted pero me rehuso a comentar sobre la gripe a. sin embargo me ha gustado su sombrerito porque me gustan los sombreritos, son amigos de la sombra y muy cordiales. saludos!

Frank dijo...

Gracias por el comentario Carito, ahora pasaré pro vuestro Blog a chuemetear sus escritos
Coincido: los sombreros tienen poder